¿Alguien pensó en los niños? Así
titulaba Laura Bello un artículo en el que exponía una de las muchas
consecuencias de la pavimentación de calles en colonias populares: los niños ya
no salen a jugar con tanta libertad a las calles. Esa parte casi folclórica de
la vida cotidiana de los pueblos, las risas y gritos de niñas y niños jugando,
madres llamándolos a cenar, irremediablemente y gradualmente desaparece gracias
a que en las decisiones “adultas” nunca se considera a los niños.
Parece que los niños son una de las más
grandes ironías de la vida humana. Anhelados por muchos, por deseo propio o
presión social, las parejas buscan tener hijos. Esos hijos son recibidos con
alegría, con regalos, con buenos deseos. Pero esta emoción parece terminar
cuando el niño deja de ser un bebé. A los 4 años el niño se convierte en una
especie de obstáculo para la vida cotidiana. Y entonces viene el abandono: Los
niños son dejados al amparo de extraños, o conocidos, con la abuela, con la
tía, con la prima, o la guardería, o la ludoteca, o la televisión. La razón, no
hay tiempo para hacerse cargo de ellos, pues el trabajo y las ocupaciones son
demasiado importantes. La justificación es obvia, hay que trabajar para ganar
el dinero necesario para que ese niño tenga casa, comida y educación.
A lo largo de la historia la preocupación
por el qué hacer con los niños ha estado siempre presente. Y esta preocupación
generalmente ha ido en el sentido de que a los niños hay que “educarlos” para
la vida, para que lleguen a ser adultos de bien y útiles a la sociedad. Para
esto se han creado espacios de instrucción y retención. Para un adulto,
mientras más tiempo pase el niño en esos espacios le resulta más conveniente,
pues así descansa su responsabilidad de ser quien eduque al niño y le permite
dedicar más tiempo a su trabajo.
Las autoridades, ante esto, se ven en la
necesidad de ser quien proporcione esta “educación”, y la eleva a rangos
constitucionales garantizando a los ciudadanos que siempre habrá un lugar en el
que el niño sea educado y aprenda los conocimientos necesarios para la vida
adulta. Y en el ámbito recreativo, se institucionaliza un día mundial para
festejarlo, en el que se le presenta espectáculos y divertimentos, y se les dan
regalos. Con esto se cumple la labor necesaria de “ocuparse” de los niños. Poco
a poco se crean e institucionalizan actividades con las que se pretende
“incluirlos” en la vida de la comunidad. Aunque sean solo simulacros y su voz no
tenga validez (recordemos que “infancia” significa “sin voz”) estas actividades
sirven como distracción ante el abandono y pasividad con la que son tratados en
la misma comunidad.
Las
autoridades tienden a ignorar a los niños. Lo compensan con payasos, magos y
globos el “día del niño”. Esporádicamente aparecen proyectos que representan
reales oportunidades para el desarrollo de los niños: talleres musicales para
formar una orquesta sinfónica infantil y juvenil, y talleres artísticos en
general. El primero se convierte más bien en la
bandera de un proyecto sin proyecto, haciendo un lado su origen
formativo. Los segundos carecen de continuidad y proyección. Y los esfuerzos
independientes son vistos de lejos y sus solicitudes de apoyo ignoradas.
Los niños necesitan expresarse, los niños
tienen una voz, que necesita ser escuchada. Ellos son los primeros en
acercarse, en informarse, en opinar, en proponer. La apatía, orgullo y
desinterés de los adultos contrasta ante las ganas inmensas de participación que
los niños manifiestan en todas y cada una de las actividades que se les
proponen. Pero esta apatía y desinterés desafortunadamente se les contagia
cuando se les abandona, cuando el adulto responsable del niño se hace a un
lado, cuando decide no acompañarlo. El niño aprende de inmediato que es posible
abandonar, que es posible hacerse a un lado, y que es posible no participar.
Debemos también pensar en las razones por
las cuales invitamos a nuestros niños a desarrollar actividades artísticas y
recreativas. Inscribirlos en la academia de danza, escuela de música, club de
lectura, etc., no solo para que tengan “algo que hacer” en la tarde, sino para
acompañarlos en un proceso de formación artística que puede llegar a ser su
proyecto de vida (aunque muchos padres tienen miedo a esto).
Los adultos se lamentan y golpean el pecho
ante las actitudes de los niños, de los adolescentes. Es causa de asombro y
preocupación, se dicen alarmados por “lo mal que se está educando a los niños”,
como si ellos no fueran los únicos culpables. Siempre hay otros culpables, y
nunca se ve la viga en el ojo propio. Citando a Graciela Montes, “La sociedad
(…) cuando ve su producto, no atina sino a agarrarse la cabeza escandalizada.
Primero provoca el incendio y después sale corriendo a llamar a los bomberos.”
Ante cualquier situación real de la niñez de nuestro país y el mundo, para
encontrar la respuesta hay que observar a los adultos.
El desinterés por darles a los niños el
real lugar que deben ocupar en la sociedad, por permitirles expresarse, opinar
y ser libres solo producirá adolescentes, jóvenes y adultos resentidos,
reprimidos y oprimidos, que disfrazarán todo esto con la felicidad social y
mediática, en una sociedad estática y ajena a la realidad del mundo. Debemos
constituir una comunidad que en su visión de niñez y juventud considere a estos
como generadores de cultura; y proponer acciones bajo esta visión, con opciones
amplias, respetuosas, considerándolos como las personas inteligentes y
sensibles que son.
(A todos los niños y niñas que
asistieron al Festival Literario Infantil “Jugando con las letras al viento” el
pasado 19 de Octubre en el Paralibros de la Alameda, y a los adultos que los
acompañaron… y también a todos aquellos que con su buena voluntad hicieron
posible toda una tarde de risas y alegría… ¡Gracias!
)
Néstor Daniel Santos Figueroa
1 comentario:
para el el escritor. Es muy bonito lo que escribiste la verdad
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